La nueva ministra de Educación
Entre el café y el medio de bacon (o panceta, que lo mismo da, que para subir la tasa de colesteronemia y aportar un par de milímetros a la zona glútea no vamos a andar con purismos semánticos) leo en la prensa la frase estrella de nuestra nueva ministra de educación: ”Nuestro sistema educativo no es tan malo”.
Han sido pocos los temas que hayan suscitado un debate en tantos sectores de nuestra sociedad como está ocurriendo, en estos momentos, con todo lo concerniente a nuestro actual sistema de enseñaza.
Nuestro país ha experimentado, en las últimas décadas, numerosos cambios sociales que están interfiriendo en el modelo educativo, y ello porque la educación no puede ser ajena a la cultura, ni al momento histórico en la que se diseña y desarrolla.
Pero si bien en otros tiempos, la sociedad y la empresa manifestaban su satisfacción con los resultados del modelo de enseñanza vigente, actualmente nuestra escuela no convence. El debate en torno a la calidad e idoneidad de nuestro sistema educativo invade conversaciones, tertulias más o menos formales, medios de comunicación y otros muchos entornos de diálogo y reflexión. Todos opinan.
Y la mayoría lo hace en términos de crítica y reprobación.
En los últimos años, todos los sectores implicados han salido a la calle a manifestar su descontento hacia el actual modelo de enseñanza. Sindicatos docentes, organizaciones de estudiantes, asociaciones de padres y madres y la propia empresa, han mostrado en más de una ocasión su rechazo por un modelo educativo que ya no convence a nadie. Ni siquiera a los políticos que la diseñaron e implementaron. La anterior ministra de educación, Pilar del Castillo, propuso a partir del año 2002 una nueva reforma educativa, la LOCE, con el objeto de recobrar la calidad del sistema perdida en el desarrollo de la LOGSE. a partir del 14 - M, el nuevo gobierno del PSOE anunció que algunas de las directrices de esta última reforma quedarían paralizadas y hoy por hoy somos testigos del inicio de un último intento por enderezar una situación que se ha tornado imposible.
Tras una guerra civil y un período dictatorial, nuestro país estrenaba una etapa democrática en la que urgía poner en marcha hondas transformaciones y reformas, sobre todo en los ámbitos económico, sanitario y educativo. Pero no será hasta el año 1991 cuando vea la luz la primera reforma integral de nuestro sistema de enseñanza. La LOGSE nacía, con más aplausos que críticas, con un objetivo claro: el desarrollo integral del alumno a través de una metodología innovadora que favoreciese el aprendizaje individualizado, generalista y significativo. Propone la Ley, en su preámbulo, erradicar: “la obsolescencia de la vigente ordenación curricular, el desajuste entre el sistema educativo y el mundo de la producción, así como el desfase de las técnicas y los métodos de enseñanza derivados de unos procesos de formación y selección del profesorado poco satisfactorios.” (1)
Existía un consenso entre las fuerzas políticas y socioeducativas acerca de la necesidad de un nuevo sistema educativo que ayudase a la transformación de una sociedad que se afianzaba en la democracia y en lo que se denominó el Estado del Bienestar. Pero para que un cambio educativo se ejecute con éxito, han de cumplirse, tal y como proponen pedagogos como Zabalza, M.A. (2) y Montoya Cabrera, B.,(3) las siguientes condiciones de viabilidad: compatibilidad con las demandas y expectativas sociales, contar con recursos materiales y económicos suficientes, un calendario de aplicación amplio y realista y contar con profesores y profesionales educativos suficientemente preparados y con actitudes favorables a su implementación y desarrollo.
Queda en el lector el análisis del modo y el grado en que estas condiciones han sido facilitadas o tenidas en cuenta a la hora de implementar la reforma educativa. Sobre todo lo concerniente a la formación, reciclaje y perfeccionamiento de uno de los más determinantes agentes del cambio: los profesionales docentes.
Ante las numerosas deficiencias detectadas durante la década 1992-2002 heredadas de la LOGSE, el anterior gobierno del PP propone una nueva reforma educativa, la LOCE, con la que intentará reducir los dos mayores problemas heredados de la Ley anterior: el escaso nivel de enseñanzas adquiridas por el alumno y un mayor ajuste con la demanda empresarial.
Para ello, la LOCE propuso, de una parte, minimizar el bajo nivel educativo de los alumnos que finalizan el bachillerato con medidas evaluativas más estrictas, tales como la repetición de curso con más de dos asignaturas o la reválida a la finalización del bachillerato y/o de los ciclos formativos superiores con acceso a la PAU y, por lo tanto, a la Universidad. De la otra, la paulatina desaparición de asignaturas de humanidades en provecho de las materias más científico-técnicas y los idiomas comunitarios.
Si bien, como apuntábamos, el actual gobierno del PSOE decidió paralizar varias directrices de la LOCE debido al rechazo de la casi totalidad de los sindicatos docentes y asociaciones de padres y alumnos, también es cierto que algunas universidades españolas comenzaron a valorar positivamente este intento de mejora de la calidad educativa, sobre todo si tenemos en cuenta que en universidades como la Autónoma de Madrid y la Autónoma de Barcelona habían tenido que implementar lo que se denominó el trimestre cero, consistente en paralizar el inicio de las enseñanzas en el primer año de algunas carreras universitarias hasta el mes de enero, ocupándose el primer trimestre de octubre a diciembre a impartir un resumen de materias que, en principio, se suponían superadas en el Bachillerato.
Pero si hemos de hablar y de reflexionar acerca de nuestra educación, debemos tener en cuenta que el sistema educativo va siempre más allá de la institución escolar: abarca la escuela, la familia, las diversas instituciones religiosas, los medios de comunicación, los partidos políticos, nuestro barrio…
El sistema educativo es, en suma, un subsistema de nuestro sistema cultural. Existe, por tanto, una interrelación de mutua influencia entre ambos sistemas. La cultura aporta a la educación: el conocimiento acumulado (nuestra propia cultura), las metas y los objetivos de la educación, los contenidos de los programas educativos y los recursos humanos y económicos. Finalmente, la educación aporta a la cultura el individuo educado.
Así, cada sociedad reclama a los sistemas educativos la formación plena de la identidad del niño, joven o adulto al tiempo que garantice la construcción de un concepto y de una valoración ética y moral de la realidad. Pero una transformación difícilmente se puede hacer desde el campo legislativo. El cambio cultural, en general, y el educativo, en particular, tienen que surgir desde el seno de la propia cultura y no por modificaciones impuestas desde el exterior. Y nuestro modelo sociocultural, del que todos somos objeto y sujeto y, por lo tanto, responsables directos de su estado actual, cuenta con un amplio muestrario de factores que si bien no han determinado la educación que tenemos, sí han influido notoriamente en ella. Los múltiples modelos de familia, la precariedad laboral, la desconfianza en el sistema educativo como medio para la emancipación profesional y, por tanto, económica, la soledad objetivamente percibida por un gran número de adolescentes que confiesa tener dificultades de comunicación y de relación...todo esto y más ha ido configurando un nuevo modelo social que ya ha dado sus primeros frutos en el entorno educativo: una generación desmotivada, sin objetivos ciertos, con problemas de comunicación, aislada y, lo que es más preocupante: con graves carencias formativas y con un desarrollo integral deficitario como demuestran el creciente fracaso escolar, el escaso interés por la lectura, la agresividad en las aulas, el absentismo y un largo y preocupante etcétera.
Como decíamos, todos opinan. Pero urge redireccionar el debate hacia propuestas de solución y mejora. Hemos de esforzarnos en formular alternativas transformadoras de lo existente, evitando la utilización tópica de que, al fin y al cabo, las inercias de los sistemas social y educativo impiden su reforma en profundidad. Y esto, necesariamente, ha de contar con la aportación de todos los sectores implicados que, en suma, constituyen la totalidad de nuestra sociedad.
Referencias:
(1)M.E.C. : Proyecto para la reforma de la enseñanza. Educación infantil, primaria, secundaria y profesional. Propuesta para debate. 1989
(2) Zabalza, M.A.: Diseño y desarrollo curricular. 1998. Editorial Narcea. Madrid
(3) Cabrera Montoya, B.: A propósito de la reforma de la enseñanza no universitaria. Apuntes para un análisis sociológico. Revista Tempora, núm. 11-12. Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación. Universidad de La Laguna