Sobre civismo, integración y tolerancia
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define civismo como “comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública”. Así, si mis vecinos se patean las Ordenanzas Municipales sobre Ruido y Convivencia discutiendo a gritos a las dos de la mañana o me endosan una andanada de decibelios a la hora de la siesta, entre otras escandalosas manifestaciones de su presencia (son incapaces, sin embargo, de dar los buenos días en la escalera, que también acostumbran a ensuciar), se puede llegar fácilmente a la conclusión de que carecen de civismo, esto es, que son incívicos. Por cierto, ¿de dónde han salido mis vecinos?. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define tolerancia como “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. Ideas, creencias y prácticas... Bien. Entiendo por todo ello su forma de vestir, su cultura culinaria, sus gustos musicales, sus creencias religiosas, su escala particular de valores, su modelo de crianza parental, su idea de familia... No obstante, la basura en el rellano ¿es una práctica a tolerar?, la idoneidad de oír música chévere a las dos de la madrugada ¿es una creencia a compartir?, el bloquear el ascensor en su planta para tenerlo disponible a cualquier hora ¿es una idea tolerable?. ¿Hasta dónde tengo que tolerar a mis vecinos?. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define integración, o más concretamente integrar como “hacer que alguien o algo pase a formar parte de un todo”. El de urbe es un término, entiendo yo, eminentemente participativo y, quizás, por ser raíz de la palabra urbanidad, entiendo que eleva la integración a la aportación y la conservación del sentido de la misma. Si no hay integración para los nuevos elementos la urbe se fragmenta y los que vinieron, en el fondo, nunca llegaron. Ni que decir tiene que, en una primera aproximación, la integración sólo será posible mediante un comportamiento cívico y una tolerancia bidireccional. Me da que mis vecinos no se están integrando,... Mi mente no puede evitar la evocación rápida de otros tantos términos que tan bien han definido a otros lugares y a otros momentos históricos: holismo, pluralismo, sincretismo... No cabe duda acerca de la exquisita riqueza que muchas culturas o movimientos migratorios han “donado” al país o región receptora. Pero, y haciendo un esfuerzo para que nadie sojuzgue esta reflexión, me cuesta ver (o comprender) qué enriquecimiento le está aportando a nuestra sociedad la particular idiosincrasia de las culturas que están arribando a nuestras islas. ¡Ah!, ¡ingenuo de mí!, ¡ya caigo!, fulanito dice que están aquí para hacer los trabajos que los canarios desprecian (no me voy a remitir ni a las estadísticas salariales ni a la oferta laboral de las islas, es de sobra conocido por todos y me indigna semejante argumento cobarde y caciquista). Menganito me comenta que pagan alquileres muy superiores a los que pagamos los demás (nada hombre, metemos una docena en un pisito como hace el casero de mis vecinos, que seguro que con media docena de sueldos procedentes de esos trabajos que dicen se despreciaron son capaces de llegar a final de mes con honores. La otra media docena de inquilinos les esperará con la música alta y la cena en la mesa. Ideal). Zutanito canta que no, que la pureza está en la mezcla (yo sé que se refiere al ron con coca-cola) y los señores de la televisión, esos que siempre ganan las elecciones, saquen los votos que saquen, nos reprochan que tenemos que ser más solidarios (oiga, que yo nací en Zaragoza y me quieren poner en un cubo de basura, godo creo que me llaman), que nuestros padres también emigraron (¿insinúa que mi padre fue incívico?), que todos merecemos una oportunidad (me gustaría inscribirme en ese curso de instalador electricista de tantas horas para retornados y que a mí nadie me subvenciona,... ¡ah que yo no soy retornado, sino retornable!) Así que la cosa está bien sencilla. Voy a esperar a las siguientes elecciones, a ver quién me hace la mejor propuesta y tras los cien días de confianza (me temo que ya nadie se merece tanto) empezaré a hacer planes para construir mi torre de cristal, porque me habrán vuelto a tomar el pelo, y esa torre será una de las más caras de la ciudad y me hipotecaré toda la vida y estará llena de gente hipotecada como yo que no llevará a sus hijos a un colegio público (a muchos ya los están retirando), que perseguirá y se inventará los reductos donde aún puedan sentirse como en casa. O quizás me compraré un juego de maletas y meteré los títulos universitarios, y la experiencia laboral y la tristeza y el cansancio y me largaré a producir a otro sitio donde me tengan un poco más en cuenta. Ale y Ana, Santa Cruz de Tenerife...otro lunes más, angustiados y agotados en nuestro trabajo, tras tres días sin poder descansar.
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