Vivir con la talla 42
Nací en un hospital. Ya desde aquel día se adivinaba que lo mío no sería el grácil ballet o la interpretación de delicadas damiselas, víctimas de los celos o de la tuberculosis, en las tablas del teatro municipal.
Llegué rolliza, fuerte. Amigos y familiares de mis padres, no sé si por descuido o en pago a deudas inconfesables, me torturaron con pellizcos y palmadas mientras, con un brillo extraño en los ojos que nunca pude relacionar con algún sentimiento humano conocido, comentaban: ¡Qué gordita tienes a la niña!, ¡Hala, qué rolliza, qué ricura de mofletes!, ¡Qué saludable tienes a tu hija!…
Con el tiempo, pediatras, médicos y aprendices de todo tipo, intentaron esconder tras eufemismos que nunca pedí, la definición exacta de mi complexión: es de huesos grandes. ¡Vaya! La verdad es que no sonaba mal. Huesos grandes. Eso no podía ser malo. Todo lo contrario. Mis héroes de la infancia también tenían los huesos como yo: Pedro Picapiedra, el oso Yogui, Maguila el Gorila, Scooby Doo…
Crecí orgullosa de mi estatura, de mi peso y de mi gran osamenta. Solía jugar de pívot, llegar de las primeras en las pruebas de velocidad: me sentía fuerte, segura (algo parecido a cuando llevas un Tampax)
Fueron años felices. Pero una beca universitaria y una mochila preñada de sueños me trajeron hasta la amable Santa Cruz.
Y fue entonces cuando descubrí "las tiendas". Al principio, cuando era estudiante (y estiraba las pesetas como si fueran de chicle), me limitaba a mirar los escaparates, pues en aquellos tiempos, un vaquero tenía que durar tres primaveras. Eso sí, siempre vaqueros y camisetas. Suponía un gran riesgo comprar algo excesivamente de "moda" que, en la temporada siguiente, hubiese sido traumático llevar con dignidad...
Aún con todo, siempre encontré lo poco que necesitaba y lo menos que podía permitirme.
Pocos años después llegó el trabajo. Y un sueldo. Y el incremento significativo de poder adquisitivo. Y la necesidad, mitad laboral, mitad psicológica, de crear un estilo propio y de mejorar mi imagen. Hasta ese momento, yo no era del todo consciente de tener un kilo de menos o de más, de calzar mucho o poco, de tener más o menos pecho, de si mi peinado era o no el adecuado.
Simplemente, me encontraba bien. Francamente bien. Y el placer me lo daba un libro de realismo mágico, no la indumentaria...
Pero, de manera sincrónica a esta nueva etapa vital, llegaron las "otras" tiendas.. Cada "gran firma" de ropa, cosmética, calzado, complementos, lencería...ya tenía en Santa Cruz un espacio, una puerta, una franquicia.
Podemos encontrar ropa de día, ropa de media mañana, de merienda, de primer amor, de desamor, de nostalgia, de "entretiempo", de playa, de pre-temporada, de rebajas, de noche, de cóctel, de bautizo, de velatorio, de venganza. También encontramos ropa deportiva, vaquera, de "andar por casa", de regalo de compromiso (ocurrente, pero barata). Incluso, ¡qué cosas!, podemos encontrar ropa para "sentirnos mejor", para incrementar nuestra autoestima, para superar la depre y para pedir un aumento de sueldo.
También llegaron las dependientas. Las que con su mejor sonrisa te asesoran sobre lo que le va bien a tu cuerpo, a tu color de ojos, a la forma de tus uñas, a tus pecas y, llegado el caso, lo que mejor disimulará un alma vacía de historia.
Llegó todo. Todo. Menos la talla 42. La verdadera talla 42 y no una talla 38 ó 40 encubierta con una etiqueta falsa, con la que intentan "cumplir" las recomendaciones que el sector sanitario ha hecho a estos establecimientos para que oferten tallas mayores, a raíz de las alarmantes estadísticas sobre la anorexia en buena parte del mundo "desarrollado".
Ya he perdido la cuenta de las horas transcurridas, los kilómetros andados, las hueras búsquedas entre escaparates, percheros, gavetas y mostradores en busca de "algo que ponerme", algo con lo que yo también pudiese estar cómoda y sentirme bien. Pero no lo encontré, y mientras tanto recordaba a Miguel Hernández "Cardos y penas llevo por corona/ cardos y penas siembran sus leopardos/ y no me dejan bueno hueso alguno"
Opté entonces por ir a tiendas "de grandes mujeres", pero ahí sólo tienen a partir de la talla 46. ¡Vaya, aún no estoy lo suficientemente gorda!
Sólo quedaba una posibilidad: las tiendas de ropa "de señora". Claro, con cierta edad, siete hijos, una buena jubilación, vida sedentaria (y una estupenda filosofía de vida), ya te perdonan (o te perdonas) los kilos de más. Pero había un problema. Con veintitantos o treinta y pocos no encajas en este "estilo".
La bala en la recámara era salir en bragas, pero lo medité mucho y decidí que no era estéticamente correcto.
He vuelto pues al vaquero, a la camiseta (neutra, nada simpática, atemporal y sin entallar), al chándal (claro, el chándal viene de todas las tallas porque es muy apropiado para gente sin complejos como yo, pero con muchos defectos como ellos pueden ver) y a la ropa de punto, ideal para disimular...aún ignoro el qué.
Sin embargo, lo realmente triste no ha sido llenar el armario de ropa "clase B" (B de batacazo, de bazofia, de bombón, de broma, de bio, de bulimia...). Lo aberrante ha sido todas y cada una de las expresiones de las dependientes de estas tiendas tan bonitas y que huelen tan bien, las perlas que he tenido que escuchar, los guiños soterrados..."lo sentimos señora, pero en esta tienda no hay ropa para usted" (y en esta ciudad ¿hay hueco para alguien como usted?), "no trabajamos su talla" (¿y por qué no se trabaja usted sus neuronas?), "¡¿Un 40 de botas...?! Disculpe, pero sólo tenemos hasta el 39, estos modelos no quedan bien en un pie mayor" (y a usted le cabe la educación en un patuco y le sobra espacio), "¿Un top, está segura de querer un top con ese pecho?" (pues sí, quiero un top, ¿le molesta a usted que tenga este pecho? Pues se joroba, ¡coño!), "¿El traje del esparate, en rojo y de la 42? Uf..me lo pone usted tan difícil..." (¿difícil? Difícil en comprender cómo está usted tras un mostrador y no en un documental del National Geographic).
Y, mientras tanto, veo en los medios de comunicación que los comerciantes de Santa Cruz se están llevando las manos a la cabeza porque las ventas están cayendo en picado. ¡A joderse! Las niñas y preadolescentes de la talla 34 y 36 son realmente "muy monas", pero las que tenemos poder adquisitivo somos las "grandes señoras" de la 42 y 44, ésas extrañas malformaciones humanas para las que no hay ropa en sus comercios.
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