miércoles, agosto 27, 2003

Tindaya

Cerca de casa había un graffiti en el que se podía leer "Chillida, vacíate el cerebro". Me pareció un mensaje bastante ocurrente pues, efectivamente, a este gran artista se le recordará por sus técnicas de vaciado de bloques, troncos y, según era su proyecto en Tindaya, el vaciado esta vez le tocaba a una montaña.

Los que entienden de arte y, concretamente de escultura y arquitectura, consideran que Eduardo Chillida ha sido uno de los más importantes representantes de la escultura modernista. Cuentan que la grandeza de su obra consiste en el equilibrio entre la simetría y la asimetría, la interacción espontánea que se produce entre el observador y lo observado, la dialéctica de lo lleno y de lo vacío…Incluso hay quien apunta que su obra es musical, rítmica.

Yo no entiendo de arte. Ni lo pretendo. Por eso, desde un dignísimo posicionamiento lego en la materia, confieso que no me ha seducido ninguna de sus obras. Por mucho que me esforcé, no conseguí "oír nada" y no termino de percibir el equilibrio entre el hueco y lo que no es hueco. El arte es subjetivo. Individual. Por tanto, tan respetable será llorar de emoción ante el Peine del Viento, que quedarme absorta con los pizpiretos juegos cromáticos del carey de mi peine.

Eduardo Chillida falleció el año pasado. No brindé, por supuesto, aunque sí he de reconocer que respiré aliviada y que en mi rostro se dibujó una media sonrisa (no soy mala, tan sólo humana) mientras pensaba: "Tindaya se salvará". El proyecto megalómano de este escultor que amenazaba con destruir un monumento natural de gran importancia arqueológica, espiritual, histórica, etnográfica, botánica, etc., y protegido por la Ley 12/1987, de 19 de junio, se quedaría definitivamente en sus sueños, de donde nunca debió salir.

Pero no ha sido así y es ahora su familia, con la connivencia de algunos de nuestros políticos, los que quieren reabrir la caja de Pandora.

Y los podomorfos que allí se encuentran, y la parejas (una de buitres y otra de aguilillas) que allí anidan, y su colonia de tarabillas, y sus luces misteriosas, y la magia que de ella se desprende…todas y cada una de esas "pequeñas cosas" desaparecerá en aras de un proyecto cuyo arte y grandeza se tornaron demasiado pronto en rabieta empresarial.

Y digo yo, si aquí llega un artista vasco y decide que su obra contribuirá al engrandecimiento del acervo cultural de Canarias en particular y del mundo en general, supongo (y es sólo un suponer) que los vascos tampoco deberían poner impedimentos a que un artista canario decida ejecutar en su espacio uno o varios proyectos similares.

Se me ocurre, por ejemplo, que podríamos vaciar la ría de Bilbao e instalar sobre ella una avenida de plexiglás o vaciar el tronco del roble de Guernica e instalar en ese nuevo espacio un Peine del Tronco.